Cuando no está todo el cielo cubierto de smog, podemos ver la cordillera desde Santiago. Luce como un macizo imponente y es una frontera natural. Parece como si fuera una sola cosa: un gran muro, un límite. Pero a medida que nos acercamos a ella, vamos descubriendo que hay todo un mundo allí dentro, que si bien es un límite, está fisurado por valles y ríos. Y por eso, es penetrable.
Entonces, desde Santiago hacia el Este, nos adentramos en el Cajón del Maipo recorriendo el Camino al Volcán y vamos descubriendo un pequeño valle tras otro. Así, en cada uno de esos espacios, mientras seguimos el curso del Río Maipo, entendemos instantáneamente por qué esta comuna se llama El Cajón del Maipo. Realmente, esa es la sensación: la de estar encajonados.
Giramos 360° y descubrimos un horizonte plagado de montañas muy cercanas. En cada uno de esos espacios que se suceden uno tras otro, vamos descubriendo nueva vegetación, nuevos animales, nuevas formaciones geológicas. Resulta increíble descubrir el paso del tiempo mirando el suelo, mirando el río. Millones de años y nosotros, en ese instante, nos preguntamos: ¿Fue el agua la que caló estos valles en la piedra? ¿Fue la piedra la que se erigió tan alto? ¿Cómo puede ser que, de cerca, la cordillera nos descubra tantos colores nuevos? ¿Por qué esta planta crece exactamente aquí y no diez kilómetros más abajo?
Siguiendo esa ruta e internándonos cada vez más en la cordillera, una de las últimas maravillas que podemos encontrar antes de llegar al límite con la Argentina, es el Monumento Natural El Morado. A tan sólo 93 km. de Santiago, esta es una de las áreas protegidas más hermosas de la Región Metropolitana. Allí, donde no ya no hay caminos para los autos, nos espera todo un mundo nuevo..

UN FRANCÉS QUE CAMBIÓ LOS ALPES POR LOS ANDES.
Había pasado la noche en El Ingenio, aguardando a la mañana siguiente para que me pasara a buscar Fabien en su 4×4. Así que el encuentro se produjo sobre el Camino al Volcán. Fabien venía desde Santiago, donde había recogido a Ramón y Alejandra. Los cuatro juntos estábamos preparados para conocer El Morado.
Así zarpamos y comenzó la experiencia. Tenernos a todos a bordo, parecía llenarlo de felicidad a Fabien. No paraba de contarnos cosas sobre el lugar que estábamos yendo a conocer y de mostrarnos detalles interesantes por el camino. Es que Fabien es un guía de montaña francés que, habiéndose formado en los Alpes, se lanzó a conocer Sudamérica hace algunos años. En el camino, se enamoró de una chilena y de Chile. Entonces, aquí se quedó y junto con su novia fundaron Montaña Nativa: una empresa que ofrece excursiones guiadas hacia las maravillas naturales que pueblan la Región Metropolitana.
Por eso estamos aquí: recorriendo el camino que nos lleva hasta Baños Morales: el villorio donde se encuentra el acceso al Monumento Natural El Morado. Pero mientras tanto, vamos observando el paisaje que nos rodea y que vamos dejando atrás en cada curva. Conmigo viajan dos linces, tanto Ramón como Fabien tienen una vista entrenada y espectacular. No entiendo cómo hacen. Pero ven pájaros, animales y plantas a la distancia y se las indican entre sí con suma facilidad. A mí, por otro lado, me cuesta muchísimo más tiempo poder llegar a ver lo que ellos alcanzan a identificar mientras recorremos un camino repleto de curvas en una 4×4 a unos 60 km/h. Hasta que nos detenemos en una pequeña cascada al costado del camino y ahí sí, claro y grande, puedo ver algo que no había visto nunca. Se muestra un cóndor volando pegado a la ladera del cerro. Es gigante: digno planeador de estas montañas inmensas.
BAÑOS MORALES
Llegando al pequeñísimo pueblo de Baños Morales, descubrimos una serie de casas alpinas y poquísimos comercios. El pueblo parecería tener lo justo y necesario para recibir a los turistas que vienen a conocer el Morado o las termas que allí también hay. Pequeños afluentes del Río El Volcán surcan las casas. Algunas, lo aprovechan para generar energía o recoger agua potable.
Nos adentramos en el Monumento Natural, administrado por la CONAF y, para ingresar, debemos cancelar dos mil pesos. Fabien le deja un handy al guardaparque y él se lleva el otro. Más tarde, nos explicará que si alguno de nosotros (o incluso él mismo) sufriera un accidente durante la subida, podría comunicarse velozmente con el guardaparque y pedir que envíen ayuda sin la necesidad de abandonar a sus clientes.
Debemos recordar que en el Morado no hay señal de teléfono celular y que, para completar el ascenso y el descenso hasta la zona de la Laguna Morales, necesitamos aproximadamente entre 6 y 8 horas de acuerdo a la condición física de cada uno. Por eso, Fabien prefiere no dejar a un cliente accidentado solo durante tanto tiempo. Cree que no puede predecir qué hará un cliente accidentado en una situación de desesperación. Como buen profesional, Fabien prefiere minimizar el riesgo.
PRIMAVERA Comenzamos el ascenso. La primera parte ofrece la pendiente más inclinada. De todos modos, tampoco es tan difícil. Es ideal ir subiendo tranquilo, deteniéndose para mirar cada planta que encontremos por el camino. Fabien dice que entre octubre y diciembre, es la mejor época para venir a visitar el Morado. ¿Por qué?, preguntará usted. Y él responderá: En primer lugar, porque ya no hace tanto frío y mucha nieve se ha derretido. Lo que permite completar la excursión hasta llegar a la zona del glaciar. Generalmente, en invierno, sólo se puede acceder hasta la mitad del recorrido. Existe peligro de aluviones y muchas veces los guardaparques no permiten el acceso. Por otro lado, pasado diciembre, comienza la época de sequía. El clima es realmente árido. La vegetación desaparece, los cauces disminuyen, los animales huyen. Por eso, la primavera es una auténtica época de esplendor en El Morado. Es el momento en el que miles de especies vegetales crecen y florecen. Es decir, es el momento que bulbos, raíces y semillas esperan durante todo un año de condiciones hostiles. Tienen apenas dos o tres meses para renacer, crecer y reproducirse. Y así, continuar la especie. Toda esta ebullición de colores que brota del suelo, se mezcla con el blanco de la nieve de las cumbres más altas, con la cantidad de colores que van tomando las montañas a medida que va cayendo la tarde y cambia la luz sobre ellas, con el sonido y la abundancia de agua del deshielo, con el calor del sol, con los pájaros que revolotean buscando comida entre turistas, con las lagartijas que toman sol encima de las piedras, con extraños insectos que polinizan las flores.
A tres kilómetros de la partida, encontramos un buen lugar para descansar. Las Aguas Panimávida: son unos extraños piletones de agua roja que brota desde adentro de la montaña. Allí Fabien nos aconsejó probarla, pero no beberla. Le hicimos caso y el sabor que todos sentimos fue similar a chupar un fierro oxidado. Y es que así es, el agua viene cargada de abundante hierro carbonatado.

Desde allí, seguimos caminos en lo que serían tres nuevos kilómetros de un camino igual de entretenido. Con el río debajo, corriendo, mirábamos como el agua bajaba en diferentes cascadas temporales por las montañas. Quizás un año ese sea el curso de la cascada, quizás el año siguiente sea otro. Todo depende por donde elija caer el agua.

En el camino, vemos a unos caballos sueltos que vaya uno a saber cómo llegaron allí. Qué suerte que tienen, pienso. Viven en un área protegida. Me los imagino escapando de alguna estancia. De alguna manera, ganando su independencia. ¿Serán caballos salvajes?
Por fin llegamos a la Laguna Morales. Para ello, tuvimos que pisar nieve. Ya llegamos a la falda del Cerro El Morado.
Si hubiéramos seguido el camino, hubiéramos conocido los glaciares. Pero hasta aquí llegamos y bajo el sol (y sobre una gran piedra) resulta un muy buen lugar para dormirse una siesta. El aire es tan puro que embriaga. Rodeados de cumbres nevadas y cerros de colores, termina nuestra postal de esta excursión al Morado.
Fabien aconseja hacer la bajada con mucho cuidado. Dice que durante el regreso y casi hacia al final de las experiencias de trekking es cuando ocurren los accidentes. El cansancio físico y el riesgo psicológico de relajarse y confiarse porque uno está llegando al final de la travesía, generalmente produce que nos descuidemos.
Si usted quiere hacer esta experiencia, le aconsejamos que lleve gorro, frutas, almuerzo, abundante agua, bloqueador solar, ropa cómoda y un calzado adecuado.
Juán Manuel Daza.